faltan constataciones de esa realidad, pero no se acierta a proponer soluciones
adecuadas.
Parece que quienes postulan el acceso de la mujer a la ordenación sacerdotal, la
supresión del celibato clerical y la bendición de las parejas LGTBI por parte de
sacerdotes de la Iglesia, no se dan cuenta de que con esas peticiones están rindiendo
homenaje al concepto mismo de sacerdocio, a la jerarquía institucional de la Iglesia.
Si concluimos que la tal jerarquía eclesial, por el simple hecho de existir, y por las
funciones que se asignó, fue durante dos milenios un factor de perversión de la
naturaleza misma del colectivo que Jesús quiso crear, el remedio a aplicar debería ser
radicalmente distinto de lo que el Sínodo puede considerar y aceptar. Por ese camino
el Sínodo de la Sinodalidad está condenado a ser, como lo fue el Concilio Vaticano II,
una labor vana de poner un remiendo nuevo a un vestido viejo.
Bajo la dirección de tal tipo de pastores, como los que la Iglesia tuvo durante tantos
siglos, la institución se evidenció incapaz de cualquier tipo de auto-reforma. De
hecho, todos los cambios que acometió: dogmas, preceptos, modalidades de culto,
empoderamiento jerárquico, enriquecimiento, colusión con los poderes dominantes
del mundo… fueron justamente en la dirección contraria a la enseñanza de Jesús. El
resultado es una forma de organización eclesial que no puede servir para realizar la
misión que Jesús asignó a sus seguidores. En efecto, la Iglesia se define y se ve a sí
misma como una “comunidad de creyentes”. Una comunidad de creyentes es una
religión, con sus creencias, preceptos, ritos, y devociones, cuya finalidad esencial es
desviar al rebaño de la dirección que Jesús quiere que sigamos. Él no pensó en una
“comunidad de creyentes” sino en una “comunidad de seguidores”. No es lo mismo,
los creyentes sólo tienen que rezar y ayunar cuando lo manda la Santa Madre Iglesia
para ganar la vida eterna. Pero los seguidores son interpelados para imitar a Jesús y
trabajar por su proyecto del Reino de Dios en la Tierra. Jesús no convoca a creyentes
para que se metan en templos a rezar credos y letanías; quiere gente que se involucre
y se comprometa en mejorar las cosas del mundo que siguen marchando muy mal.
Cada forma de comunidad tiene el tipo de liderazgo que cuadra a sus objetivos. La
“comunidad de creyentes” está dirigida por el líder sacerdotal, el funcionario que vive
de oficiar el culto que la caracteriza. Jesús pensó en otro tipo de comunidad con otro
tipo de liderazgo. Él nunca se definió como sacerdote sino que se encuadró en la
tradición profética, y convoca a sus seguidores para ese tipo de misión y el ejercicio
de ese tipo de liderazgo profético: …os perseguirán como persiguieron a los
profetas que fueron antes que vosotros. (Mateo 5, 12).
La función de las religiones es legitimar a los poderes dominantes en la sociedad. El
proyecto de Jesús de Nazaret, que transfiere a sus seguidores, no es acomodarse a los
injustos sistemas de dominación de este mundo. Trabajar por el Reino de Dios y su
justicia, como el Maestro pide, es desafiar a esos poderes de dominación, no
establecer con ellos concordatos que los legitiman y que ellos premian con prebendas
como las inmatriculaciones, por ejemplo.